Seguramente más de una vez a lo largo de tu vida has tenido que tomar antibióticos. Pero… ¿y si te dijera que los antibióticos están dejando de tener efecto por la aparición de bacterias multirresistentes? De hecho, el problema es tan grande que la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que en el año 2050 las infecciones bacterianas matarán más gente que el mismísimo cáncer. Por eso, es necesario buscar otras formas de prevenir y/o curar infecciones bacterianas sin tener que recurrir a los antibióticos. Y una de estas alternativas es el uso de bacteriófagos (también llamados fagos).

Imagen creada con Biorender por Ciencia Miúda

Los bacteriófagos son virus que infectan a las bacterias y fueron descubiertos de forma independiente por el británico Frederick Twort en 1915 y el franco-canadiense Félix d’Hérelle en 1917. Los científicos no tardaron mucho en darse cuenta de sus posibles usos. De hecho, a lo largo del siglo XX se usaron en varios países preparaciones de fagos para tratar infecciones de la piel, septicemia, osteomielitis, infecciones por heridas, del tracto urinario o del oído medio causadas por bacterias como Pseudomonas, Staphylococcus, Escherichia coli y Serratia. Además, desde la aprobación el uso de fagos contra la bacteria Listeria monocytogenes por la FDA (U.S. Food and Drug Administration) en 2006, esta tecnología se usa en quesos y otros alimentos listos para el consumo con el objetivo de evitar infecciones alimentarias. Otros países como Nueva Zelanda, Australia o Noruega también tienen diferentes productos comerciales con fagos frente a bacterias como L. monocytogenes, Salmonella o E. coli.

Foto de CDC / Unsplash

Hoy en día el uso de fagos no es común ni para prevenir (profilaxis) ni para tratar infecciones causadas por bacterias porque aún existe cierta controversia en cuanto a su uso como terapia. Entre sus ventajas hay que destacar lo inofensivos que son para las personas, los animales y las plantas (seguridad biológica). Además, su sencillez hace que sean muy fáciles de manipular con ingeniería genética, incluso se ha utilizado la tecnología CRISPR-cas para para modificar su material genético e inactivar los genes de resistencia a los antibióticos de las bacterias. Sin embargo, la fagoterapia también tiene sus problemas ya que para que los fagos funcionen correctamente es necesario conocer que infección concreta hay que tratar. Asimismo, no está clara todavía la mejor forma de administración de los fagos. Por último, pero no por ello menos importante, hay que tener en cuenta que si el uso de la fagoterapia se vuelve común las bacterias también podrían desarrollar resistencia contra los fagos.

Lo más probable es que el uso de los bacteriófagos no sea una solución permanente, pero puede que sí nos dé más tiempo a los investigadores para descubrir nuevas formas de luchar en la guerra contra las bacterias.

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